Difícil definición, compleja gastronomía, rica historia y territorio feraz. Andalucía es,

antes que nada, una Comunidad Autónoma (aburrido) pero mucho más allá, es una

forma de vivir, de expresarse, de entender la vida, de comer y beber. Un modo de

comunicarse, de reír, una literatura, una esperanza, una sentencia. Y más aún: muchas

formas de vivir, muchas expresiones, formas de vida e innumerables estilos de comer y

de beber.

Y… Andalucía no es una idea, no es estática, no está cerrada, no es hermética, no es única.

Es multitud de historia, de historias, de geografías, de rutas humanas, de culturas,

de personas, de productos, de ríos, de montañas. Es la conjunción mágica entre el

pasado y el presente, entre la historia y la geografía, entre ecosistemas, entre nieves y

mares. Andalucía es un gerundio: es siendo, no es; ha sido, no fue… A la vez que un

pasado, un presente y un futuro, todo en la misma veterana bota. Andalucía está viva y

palpita con un corazón experto que conoce y acepta.

Andalucía está en la enjundia de su cultura, la gastronomía. Andalucía está en el fondo

de una olla, en la cuchara de palo y en el trébede de una chimenea, en la encina, en el

secadero de jamón, en la captura del atún, en los campos de cereal, en la oliva de oro.

En el calor abrasador y en el brasero invernal. También en la taberna, en la venta, en las

casas de comidas, en los bares. Y es el olor de la aceituna en la almazara cuando llegan

las mañanas frías del invierno, y está en el aroma de la sal y en el yodo del mar y en el

Guadalquivir, y en las sierras, en la carne de monte, en los cochinos y las vacas de las

dehesas.

Andalucía es prosa y es poesía, es realidad y es imaginación, es indefinible porque no es

una sola. Y por eso es auténtica, por eso es verdad, porque la realidad no admite un cajón

sino que se sale de él.

Pensando en mi tierra, pensando en las tierras, todos somos de todas, son ellas las que nos

hacen hijos suyos al amarlas. Es la tierra la que nos cultiva a nosotros. Piénsalo tú.