Una-lluvia-de-estrellas-artificial-se-podrá-ver-en-Japón-en-2019.jpgÉl la observaba con curiosidad ¿Qué tendría en su pequeña cabeza de cuatro años? Era una noche de verano hecha de ese tiempo que ya no existe, cuando aún las estrellas disfrutaban de todo su esplendor, cuando la noche era noche y la luna era la única luz que se atrevía a avasallar a las estrellas. Eran los tiempos de camisones blancos, bordados y crujientes, cuando las noches de los niños olían a jabón, a limpio y a buenos modales. Cuando las páginas de los libros se movían al ritmo de los cuentos y el mundo era puro y perfecto. Cuando las horas marcaban ordenadamente las actividades de los hombres y la siesta era un sacrosanto ritual. Eran aquellos días de señoritas de compañía, de tatas impecablemente peinadas, un mundo que ha desaparecido, en el que todavía había palabras nuevas que aprender.

Pues bien, en la noche de uno de aquellos días, el padre observaba a la niña, risueño. Ella tenía la cabeza apoyada en su regazo y miraba las estrellas. El jardín rebosaba vida, las damas de noche y los jazmines derrochaban sin pudor sus olores blancos, alguien tocaba la guitarra, la conversación fluía amable y cálida.

-¿Te gusta lo que ves?- Preguntó el padre, extrañado de que la niña no se durmiera.

-Estoy oyendo saltar a las estrellas-

-Será que las estás viendo-

Ella se incorporó, molesta con el comentario.

-No, no. Las oigo saltar. Si te callas las vas a oír tú también- Se tocó los labios con el dedo índice, susurrando.

El padre miró a las estrellas y miró a la niña. De momento no oía nada. Las estrellas mantenían su silencio. Sonreía.

-¿Las oyes?-, dijo ella. Era obvio: las estrellas saltaban y el ruido se oía.

-¿Sabes cómo se llama cuando las estrellas saltan?-

Ella le perdonó de inmediato la falta de atención en el salto de las estrellas. Le gustaba aprender palabras. Movió la cabeza en gesto negativo.

-Las estrellas titilan. Titilar. Ese brillo que se apaga y se enciende….- Ella le interrumpió,

-Eso, ¡los saltitos que dan!-

-Pues justo, eso se llama titilar-

-Ti-ti-lar, ti-ti-lar, titilar- repitió ella para hacer suya aquella palabra nueva.

-¿Y cómo se llama el ruido?-.

-Pero ¿qué ruido?-

Ella se impacientó

-Pero ¿¡Es que no lo oyes!?-, no sabes oír. Cuando saltan, quiero decir, cuando titilar…

-Cuando titilan-

-Eso, eso, pues cuando titilan… pues hacen un ruidito. Plim-plim, plim-plim, todo el rato, sin parar, pero se nota que son saltitos-

Era lógico, nadie podía ser ajeno a escuchar las estrellas. Los mayores no siempre eran tan listos como parecían. El padre no sabía que decir. Las estrellas no hacían ningún ruido, no lo habían hecho nunca y jamás lo harían. Pero la niña estaba oyendo algo ¿o era una de sus fantasías? Solo le hacía gracia cómo lo expresaba.

-Si te callas del todo, puedes escucharlas-. Le puso un dedo en los labios y tiró de sus orejas, para hacer que se abrieran al ruidito que provocaba el salto. Los dos se callaron y se mantuvieron en silencio varios minutos interminables.

El resto de la familia se levantaba, la velada nocturna llegaba a su fin. Empezaba a refrescar en la sierra de Ronda. La niña hizo un puchero.

-Se han callado, se han callado porque hacéis mucho ruido. Ahora no van a saltar hasta mañana, y eso es muchísimo-

En verdad, para alguien que solo tenía cuatro veranos, un día entero era una eternidad. El padre la cogió en los brazos y se la llevó a su cuarto. Por el camino ella insistía.

-No sé cómo pueden hacer ese ruidito. Y me gusta mucho. No sé cómo pueden hacerlo- Intentaba comprenderlo.

-…Titilar, titilar. Ya no me olvido-

-¿Quieres que te lea un poema que tiene esa palabra?-

-¿Un poema?-

-Un cuento-

-Sí, sí, me gustaría mucho-

-Quédate en la camita quieta, que ahora mismo vengo-

La niña se acurrucó en las sábanas de hilo. Crujían y olían a sol. Las maderas de nogal recién enceradas brillaban y perfumaban el dormitorio, iluminado solo por una pequeña lámpara con una pantalla inglesa. El padre volvió con un libro en la mano. Ella le esperaba. Y empezó a leer. Pero hizo una pequeña trampa: cambió una palabra en el verso, algo sin importancia… quedaba incluso mejor.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: la noche está estrellada

Y titilan, azules, los astros a lo lejos.

Imaginó que a Rubén Darío no le importaría.

La niña escuchó el poema atentamente. Todavía no sabía leer bien, como su padre. Pero algún día sería mayor y podría conocer muchas palabras tan bonitas como titilar, ¡o más, incluso! Quería ser mayor ya. No le gustaba que le peinaran ni que le pusieran los zapatos. Y los mayores no siempre eran lo justos, listos y perfectos que era su obligación ser. No se fiaba de ellos.

-Ser mayor, ser mayor…- Se dormía.

El padre salió del cuarto a hurtadillas.

Y cuando todo estaba en ese silencio que solamente se podía escuchar en las noches de verano, en las noches de aquel tiempo que ya ha pasado, los grillos volvieron a su titilante cantinela. Las estrellas saltaban a su ritmo.

Más, aquí.