Asistimos en los últimos tiempos a un auténtico espectáculo culinario que se desarrolla en las pantallas de casa: las cocinas vueltas al revés, cocineros, cocinillas, maestros y el resto de la tribu vibran angustiados, a contrareloj y a destajo, ¡se acaba el mundo! Sin un segundo, ¡que digo! microsegundo que perder, rodeados de cacerolas, insultando al competidor y con tanta tensión que el plató podría partirse –si se cayera, claro- como un enorme melón, de un solo golpe en mil pedazos.
Puro espectáculo que los medios aprovechan para vender publicidad y los cocineros para vender entradas, nada ilícito, por otra parte, pero no del todo deseable para la buena consideración y el futuro de la cocina. En estos programas se da salida a instintos, a rivalidades, se provoca tensión y se enciende a los participantes y a los espectadores que tienen claros favoritos y aversiones muy definidas –el fútbol, las carreras de caballos y el boxeo también funcionan así-. Nada que ver con la realidad, con el tiempo que los profesionales tienen que dedicar a la cocina, con las interminables horas de pie, con la tensión que se produce a veces, pero que no se resuelve bien si todos no colaboran activamente, y es que la cocina, en el mundo real, no es una competición. Consiste en tratar de encontrar la propia personalidad gastronómica y desarrollarla correcta y brillantemente, lo mejor posible ¡La de problemas que ha provocado históricamente la rivalidad entre cocina y sala! Como para venir a crear más tensiones entre los propios cocineros.
En las cocinas reales no hay cámaras, no hay brillo, nadie compite, y si compite, pierde, porque el que debe ganar es el comensal, siempre. En las cocinas reales hay muchas horas de trabajo, y a veces, las cosas no salen tan bien como se había planificado. Esta nueva porno cocina televisiva provoca que la imagen de los cocineros sea un tanto irreal, que los profesionales parezcan actores cuando son mucho más, directores de un teatro que se abre todos los días, con varias sesiones que se deben concluir a tiempo.
En gastronomía no hay nada fácil, las cosas buenas son un espectáculo por sí mismas: el producto que se ha cuidado durante meses, la formación -que no siempre existe- y que sigue siendo imprescindible, la capacidad de trabajo y el equipo. Grimod de la Reynière decía que cada cosa de este mundo quiere ser cogida, servida y comida en su punto. Nada más y nada menos. Debemos tratar que esta gran explosión que ha conocido la gastronomía en los últimos tiempos no se convierta en pura banalización, no sea que como la sociedad en que vivimos, carezca de trascendencia ¿trascendente la cocina? Me diran… Pues sí, hasta tal punto lo es que nos da de comer cada día y nos mantiene sanos, lo es porque explica el esfuerzo del sector agroalimentario, el cual es amplísimo, y porque es el motor de muchos conocimientos tecnológicos que nos proporcionan un buen nivel de vida.
Hagamonos un favor: cocinar siempre ha estado de moda, porque siempre hemos necesitado comer, pero eliminemos la tensión, suprimamos la competición angustiosa, y evitemos la porno cocina, que no es en definitiva más que la telenovela actual, en la que los protagonistas son tribu variopinta rodeada de cacerolas, la diversión de este sorprendente y agitado s. XXI.
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