Querida editora: mi llegada al mundo editorial fue muy distinta a la tuya. Iba a ciegas, tanteando como en la alegoría de la caverna de Platón, a oscuras, viendo solamente sombras. Solo sabía que quería hacer -de una forma distinta- lo que tantos años llevaba concibiendo puertas adentro: escribir. Editores, galeradas, pruebas e imprenta eran palabras sagradas y desconocidas que se me abrían todas a la vez sin permitirme profundizar en ellas. Todo se daba por conocido pero la realidad era que casi todo era un mundo ignoto y oscuro, aunque a la vez maravilloso.

Tuve la suerte de encontrarme con profesionales de gran talla en muchos sentidos, y ellos me iniciaron casi sin saber que lo hacían, fui una aprendiz-esponja, prudente y feliz. Poco a poco iba profundizando y comprendí que esa otra labor que daba conmigo forma a los libros, la que también buscaba la palabra exacta, era tan necesaria como la mía, y que se requería un tándem en cada libro, alguien que se ocupara de una labor imprescindible que va mucho más allá de la simple corrección. No es una labor mecánica, en busca de la tilde perdida, ¡para esto están los odiosos correctores ortográficos! los cuales te confesaré que no utilizo, así que de una vez por todas me hago autora de mis defectos y mis errores, pero también de mis aciertos. Para el autor es vital sentir el apoyo al otro lado, comprender que la franqueza de la que hablas en tu carta, la honestidad intelectual, llevan a otra persona a pulir una obra a la que siempre le faltan o le sobran matices. Y que autor y editor están a bordo del mismo barco, un navío llamado libro, el libro.

En este rumbo he encontrado editores excelentes, a los que admiro y aprecio, y siempre les he pedido rigor sin inclemencia, sinceridad sin hostilidad. Nosotras -tú y yo- hemos superado ya la decena de rumbos con navíos, goletas y bergantines cargados de páginas. Hemos pilotado varias veces por el estrecho de Magallanes, y como los corsarios seculares, llevamos varios aros de oro en las orejas. Ha sido un tiempo de escollos, de huracanes y de bajíos… pero nunca hemos arriado nuestra bandera, siempre hemos llevado la nave a puerto seguro.

Y te diré algo más, sinceramente: tengo infinita sed de aventuras, de libros, de páginas nuevas y en blanco, y de una compinche en el manejo de la palabra que consiga conmigo dar en la diana, una camarada para dar un par de fintas con el florete y ganar a los malos ¿Te apuntas?